Sigo releyendo mi pequeño libro del cual estoy planeando compartirles. Solo que como buena mujer que trabaja todas las horas que puede (y aun así no termino), que cuida las cosas de la casa y cuida a un bebé, asignar media hora al día es una misión titánica todos los días. Pero voy avanzando y me prometo y prometo a quien espero pronto me lea, que será este mes cuando les comparta algunas de mis reflexiones sobre ese libro/ autora.
Sin embargo el día de hoy estuve reflexionando desde la ducha sobre la soledad que experimentamos las mujeres. La soledad no la entiendo solo como la ausencia de personas a tu alrededor, se puede estar casada, con mucho hijos e igual estar sola.
La primera vez que vislumbre el significado de esta palabra, fue cuando perdí a mi madre. Cuando se pierde a alguien de esa dimensión, experimentas soledad y entiendes el significado pleno de lo que es el abandono. No porque seas ignorada por los vivos, sino por lo que representa la madre, el nivel de seguridad que ofrece que a veces se olvida en la cotidianidad. Pero a medida que maduro, que me vuelvo un adulto, experimento más y más esa soledad.
Nuevamente retomando mi experiencia como madre, tus amistades sin hijos empiezan a transformar el diálogo contigo desde el momento en que saben que estas embarazada. No sé si crean que en automático uno va perdiendo capacidad intelectual para entablar una charla interesante . Pero te das cuenta que a medida que avanzas en el embarazo y con la llegada del bebé, que poco a poco tu mundo se va reduciendo a ese nuevo ser que tienes entre tus brazos. No solo porque cautiva todo tu ser, si no porque demanda tanto de ti, que te va quitando tiempo para todo, incluso para lo vital (comer, dormir, bañarse…). En esta fase solemos estar rodeada de seres queridos que visitan al nuevo integrante, pero a pesar de ello, vas pasando muchas horas sola con esa nueva criatura, ya sea porque necesitas espacio para amamantar, porque tienes que cambiar un pañal, o porque tienes que dormirlo. Y tu casa puede volverse centro de reuniones familiares a la cual no estás invitada. No quiero sonar pesimista, en realidad disfrutas del espacio y privacidad para ir creando tus ritos con el bebé; pero al pensar en ello, y al mirar de forma retrospectiva veo que por días solo tuve contacto con el mundo a través del celular y que ahora paso más tiempo sola.
A las mujeres se nos abandona muchas veces en esta fase, muchos nuevos papas se refugian en el trabajo, porque la realidad es que no deciden hacer un plan de acompañamiento con sus empleadores, ya sea por la cultura del país, o por pasar mas tiempo sin llantos y quejas de la madre agotada y llena de dolores.
En mi reflexión, recordé el caso de una mujer indígena que para mi sentir, vivió y es claro ejemplo del abandono de la sociedad a una mujer que acaba de tener un hijo. Con la finalidad de explicar porque conozco la historia, comparto que durante mis años estudiantiles realicé por al menos 3 años servicio social durante cada periodo vacacional con varios grupos indígenas de Chiapas, y con los cuáles he formado lazos imposibles de romper.
Esta chica, con menos de 25 años de edad se volvió madre al año de haber contraido matrimonio. Como en cualquier matrimonio, ella deja el hogar de sus padres por nacimiento para ir a su nueva casa o a casa del esposo y que a partir que da el sí, llamará Padre y Madre a los que nosotros conocemos como suegros. Y con el paso del tiempo, llega lo esperado de un matrimonio: lo hijos.
Un Nacimiento lo entendemos como una bendición, como un momento llenó de alegría donde la familia entera celebra, pero en esta sociedad de las que les hablo, un bebé es tomado con más naturalidad y por esa naturalidad, se espera que la mujer, que nació para tener bebés, se ponga en pie rápidamente a atender a la nueva criatura y a su marido. Esta chica no fue la excepción.
Una chica que es madre primeriza, se enfrenta a los retos de la lactancia, sin grupos de apoyo, sin la liga de la lactancia; solo cuenta con los consejos de su madre, suegra, partera y cualquier buena mujer que desee orientarla. Dentro de este escenario, se enfrenta también a no tan solo defraudar a su nueva familia por no ser capaz de alimentar adecuadamente a su hija, si no también, porque no tiene la fuerza física para seguir haciendo las labores domésticas y tener el desayuno preparado a tiempo. Entendiendo que no hay opción de abrir una lata y calentar el contenido, si no que servir la mesa, incluye horas de moler el maíz y hacer la tortilla lo cual implica iniciar la jornada las 4 ó 5 de la mañana.
La familia nueva explota en quejas, y en mi entender esperaría que los padres biológicos corrieran a sacar a su hija de esa casa. Caso contrario, la familia se siente humillada por tener una hija floja incapaz de llevar las labores de un hogar y castigan físicamente a esta chica.
Cuando escuché la historia, me llené de ira, de dolor por no poder hacer nada, absolutamente nada para ayudarla o para hacer ver a los padres las cosas de otra manera. Solo me queda plasmar su historia, darle voz para contar su historia y que al pensar en su caso, más mujeres sigamos luchando por cambiar la mentalidad de esta sociedad, no solo la de su comunidad, en hacer un cambio real en nuestra cultura de como concebimos el papel de la mujer en la sociedad y en la familia.
No escogí su historia para levantar ideas de odio hacia esas comunidades indígenas, escogí compartir su historia que es ahora parte de mi historia por lo que me hizo sentir y reflexionar, porque tal vez nadie más ponga atención a su vida, porque nadie llegará a su casa a escuchar su sentir.
Ella tal vez nunca sepa que su historia fue contada, pero si en algún momento tengo su permiso, contará más de ella y de su verdadero sentir, y en algún punto hacerla sentir comprendida, entendida, o al menos no juzgada y culpable.
Historias como estás hay muchas, pero necesitan una voz, necesitan de nuestra atención y acción…….